Cuando era pequeña ya jugaba con camiones y videojuegos y nunca me gustaron las muñecas. Fantaseaba con ser Mario y salvar a mi princesa de las garras de un dragón, o con ser el propio dragón arrasando todo con mi fuego.
viernes, 4 de julio de 2014
La mujer huesuda.
Un debate mediocre que aplastaba mis pensamientos y una mujer que vi algo menos de cuarenta segundos acababan con mi débil coartada de persona que no tiene sentimientos, que no le importan los demás, que no busca nada que no pueda obtener con seguridad. Me encontraba fumando un cigarro y leyendo bajo la luz de la luna un libro de poemas. Aunque era una noche fría, la lectura y la tranquilidad me provocaban calor. Me gustaba ese parque porque raras veces veías a gente pasar a la hora que yo acostumbraba ir, era escalofriante, demasiado oscuro a pesar de las grandes farolas que iluminaban el camino que conducía al metro. Esa noche, una mujer pasó caminando con mucha prisa hacia el metro, pude escuchar sus pasos al ritmo de una melodía que salía de su aguda voz. Dejé mi lectura por un momento interesado y por primera vez sentí que el tiempo se había detenido. No era algo como un 'amor a primera vista' basado en el físico, en realidad no era una mujer para nada hermosa, demasiado delgada, nariz recta, piel pálida, cabello negro a la altura de los hombros, piernas flacas cubiertas por un pantalón negro que se perdía en su blusa negra y para terminar el detalle oscuro, un bolso de piel del color de la noche. Parecía la personificación de la muerte. Al percatarse de mi interés en ella, la mujer huesuda calló su melodía y echó a correr. Los siguientes minutos fueron terroríficos, ya no podía concentrarme en la lectura, el frío comenzó a aparecer en mi interior, mi mente se quedó con la huesuda, mis ojos se quedaron en el camino esperando a que esa mujer volviese a aparecer. Mi noche se había arruinado. Fue como un embrujo de esas a las que llamaban brujas, me imaginé a la huesuda haciendo un baile para mí, en luna llena, diciendo unas palabras en algún otro idioma y arrojándome polvos con los que sería hechizado. No creía en esas cosas, pero mi mente no podía parar de pensar en ello. Y entonces caí en la cuenta de que ni siquiera sabía su nombre. Tenía que descubrirlo, tenía que saberlo todo sobre aquella mujer que había dado la vuelta a mis sentimientos en unos segundos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario