sábado, 9 de enero de 2016

Un mundo de olores.

Me despierta el olor a café que está preparando mi esposa. Lo deja en la mesita de noche y se acerca a mí. Huele tan bien como siempre, lleva esa colonia que me gusta tanto. Me besa y me dice que llegamos tarde. Después de tomarme el café, voy hacia mi armario y lo abro. Siento el olor de la oficina que proviene de mis trajes. No, hoy no. Este día huele demasiado bien. Cojo a mi esposa en brazos y la llevo hasta el coche. Pienso en ir a mi lugar preferido. Ella se queja, pero se lo explico con un beso de sabor amargo café y cede. Llegamos. Aquí es. Un prado en un acantilado. Dejo el coche lejos, junto el olor a ciudad y a gasolina, cojo a mi esposa de la mano y corro hacia el lugar. Ese prado que tanto me recuerda a mis abuelos y al pueblo por sus olores. En mi paraíso hay todo tipo de flores, incluso las que no deberían estar ahí, es un lugar milagroso. Huele a rosas, a lirios, a margaritas, a claveles, a tulipanes y a muchas flores más que se mezclan con el olor del agua salada golpeando en las rocas. Es un lugar ideal para vivir.
Pero hoy no. Despierto de mis recuerdos soleados. Ahora estoy aquí solo. Es un día de lluvia, siempre me han gustado. El olor a humedad es un buen olor, así que hoy es un buen día para morir. Mi esposa ya lo hizo aquel día. Fue un accidente de tráfico. No pude protegerla. Perdí a mi persona especial por estar disfrutando de mi lugar especial.
Acabaré mi vida aquí para vengarme de este paraíso por ser tan perfecto, por arrebatarme a mi esposa. Y me tiro al vacío. Dicen que en tus últimos momentos ves tu vida pasar.
A mí me invade el olor de aquella colonia que tenía todos los olores del mundo, de mi mundo.

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